La taberna, o el café, se ha vuelto parte integrante de la vida moderna, que quizás es " vida abierta ", ¡sobre todo en este aspecto! Una ciudad desconocida a la que llegamos y que no tiene cafés nos parece cerrada.
El café es la casa abierta, al nivel de la calle, lugar de la sociedad fácil, sin responsabilidad recíproca.
Se entra sin necesidad.
Se sienta uno sin fatiga, se bebe sin sed.
El caso es no quedarse en casa.
Ustedes saben que todas las desdichas provienen de la incapacidad en que nos encontramos de permanecer solos en nuestra habitación.
El café no es un lugar, es un no-lugar para una no-sociedad, para una sociedad sin solidaridad, sin mañana, sin compromiso, sin intereses comunes, sociedad del juego.
El café, casa de juego, es el agujero por donde penetra el juego en la vida y la disuelve. Sociedad sin ayer y sin mañana, sin responsabilidad, sin seriedad -distracción, disolución. En el cine se propone un tema común en las pantallas, en el teatro sobre la escena; en el café no hay tema.
Uno está allí, cada uno en su mesa, delante de su taza o de su vaso, uno se relaja absolutamente hasta el punto de no estar obligado por nada ni por nadie; y es porque se puede ir al café a distendirse que se soportan los horrores y las injusticias de un mundo sin alma.
El mundo como juego donde cada uno puede obtener su propina y no existir más que para sí mismo, lugar del olvido -del olvido del otro-, he ahí el café. Y así retomamos nuestra primera lectura: no edificar el mundo es destruirlo .